11.26.2015

Si no fueras tan tú... (4)

—Lo suponía... tienes que seguir con tu vida —digo mostrando indiferencia para no hacerle partícipe de mi tristeza.

—No empieces Laura —dice serio— ¿Por qué no te vienes conmigo?

—Eso es una locura —digo escandalizada. No puedo alejarme de esta playa, no soy capaz.

—Ahora mismo aquí, no haces nada —sentencia.

—Saúl, te lo agradezco pero no voy a ir a Londres. —Saúl resopla, sabe que no hay modo de hacerme cambiar de opinión.

—Bueno, por lo menos ¿vendrás a la despedida que me han preparado los chicos? —Lo miro dubitativa, él asiente con la cabeza sin parar.

—Vale, iré —digo mostrando resignación.

Saúl me espera sentado en las escaleras, cerca de mi habitación. Muy a mi pesar tengo que ir a la cena con nuestros amigos, segunda prueba. No los veo desde hace unos veinte días que estuvieron en el hospital conmigo, todos me han llamado pero no he respondido a ninguna llamada, ni mensaje.

Esta cena me aterra, no solo por reencontrarme con todos, esta cena significa que mañana Saúl se va y que vuelvo a estar sola entre estas cuatro paredes. Espero que su visita me haya servido de algo y por lo menos pueda continuar.

Me entallo en un vestido rojo hasta media pierna, adorno mi estrecha cintura con un cinturón dorado. Tras pintarme la línea del ojo y maquillar mis pestañas, me pinto los labios rojos. Me calzo unos tacones negros muy altos e incómodos y me observo en el espejo. Sí, parece que me he encontrado de nuevo. Dejo mi pelo suelto y liso y tras coger un clutch negro y dorado, salgo de mi habitación para encontrar a un Saúl cansado de esperar. Viste una camisa rosa remangada y uno vaqueros claros. Se levanta y me mira de arriba abajo dibujando una sonrisa en sus perfectos labios.

—¿Vamos? —pregunto cambiando el peso de pierna y levantando las cejas. Saúl me tiende su mano para ayudarme a bajar las escaleras. Lo agarro.

—¿Sabes? Al verte ahora me doy cuenta que el look de chica triste y sucia te sienta fatal —dice bajando delante de mí.

—Yo no soy sucia —digo mientras le doy con el clutch en la cabeza. Saúl suelta una carcajada y se encoge para no recibir otro golpe.

Salimos de la casa, con estos tacones soy de la misma estatura que él. Me acompaña hasta la puerta del copiloto de su caravana. Una enorme caravana blanca y vieja que chirría en cada movimiento.

Cuando llegamos al pueblo atravesamos calles estrechas de piedra que nos muestran los lugares más bellos: campanarios, plazas, iglesias,... Miro por la ventanilla recordando los inolvidables momentos que años atrás habíamos pasado en todos esos rincones. La gente pasea, aún es de día pero pronto anochecerá, es lo que tiene el otoño. Salimos a una gran avenida donde Saúl aparca.

—Ya están todos —anuncia mientras mira su móvil.

—¿Dónde es? —pregunto mientras miro a ambos lados de la calle para cruzar. Saúl no contesta. Me agarro a su brazo porque el empedrado es un enemigo mortal de mis tacones.
Andamos por varias calles hasta llegar a un callejón sin salida donde se puede ver un restaurante llamado “Juliette”, lo conozco perfectamente, sonrío. Es mi restaurante favorito. Saúl aguanta la puerta de cristal mientras yo entro. Me encanta este sitio, es tan acogedor y bonito. Tenían reservada una mesa en un precioso patio de luz, las paredes están adornadas con margaritas de todos los colores. Todos nuestros amigos rodean la mesa, no falta ni uno. Claudia, Elena, Guille, Alfonso, Pedro y Pablo. Todos éramos amigos desde pequeños, habíamos ido a la misma clase y los fines de semana también salíamos juntos. Hacía tiempo que no estábamos todos y este, era un buen momento para reencontrarnos y ponernos al día. Todos tenían terminadas sus carreras y la mayoría de ellos estaban viviendo en la ciudad.

—¡Laura! —grita Elena que se levanta para acercarse corriendo hacia nosotros. Elena es una chica rubia y alocada. Siempre conseguía sacarle una sonrisa a cualquiera por muy adversa que fuese la situación. —Estaba asustada, no dabas señales de vida. —Me abraza fuerte—. ¿Estás bien? —Se despega de mí y me mira—. Bueno, no importa, si no lo estás, pronto lo estarás, ya verás. —No puedo evitar reírme, Elena habla tan rápido que apenas me ha dejado contestarle. Se acerca a saludar a Saúl. Me gusta mucho como va vestida, lleva unos pantalones altos anchos que se estrechan en sus tobillos y una camiseta de media manga azul marino, en sus pies, unos salones negros. Trabaja en una revista llevando la sección de moda por eso tiene ese estilo tan suyo. Su melena rubia y larga ondea en cada brusco movimiento que hace al abrazar a Saúl.

—¿Cómo estás? —me preguntan Guille y Claudia que se acercan a mí con cara de circunstancias.

Guille y Claudia son pareja desde siempre, no tengo ningún recuerdo en mi mente en el que estén solteros.

—Estoy bien chicos —digo abrazándolos—. Me hace mucha ilusión que estemos todos juntos.
Pedro, Pablo y Alfonso también se acercan a saludar y darme el pésame. Después de los besos y abrazos nos sentamos alrededor de la mesa, estamos durante horas comiendo, bebiendo vino, charlando... Saúl aprovecha cualquier momento para contar uno de sus chistes malos, que por alguna razón, contados por él, se convierten en graciosos. Pablo habla sobre su nuevo trabajo en la empresa de coches de su tío. Pedro y Alfonso se fueron a vivir juntos a la ciudad y aún no tienen trabajo pero están buscando cualquier cosa mientras hacen un máster juntos.

Claudia, trabaja de enfermera en un hospital de un pueblo vecino y vive con Guille, que trabaja en un bar del pueblo. Ella cuenta que lo más duro es tener que conducir cuarenta kilómetros todos los días para ir y otros cuarenta para volver.

Elena, vive con compañeras de piso en la ciudad donde trabaja, en la revista de la que antes os hablé. Yo pensaba que había sentado cabeza con esa última sección que le dieron pero cuando ha contado que tiene una aventura con su jefe he descubierto que no, que sigue igual.

Las horas pasan rápidamente y cuando nos damos cuenta es muy tarde y algunos comienzan a marcharse.

—Bueno, la próxima será en Londres —se despide Pablo, que es el primero en irse.
Pedro y Alfonso tienen que madrugar mañana para volver a la ciudad y Guille para abrir el bar, así que se marchan.

—Laura, voy a llevarte ya a casa, estoy cansado —dice Saúl que me mira bostezando.

—Vale, como quieras.

—Mañana bajaremos a verte —dice Elena mientras me agarra de la mano.

—Sí, ¿a las doce te viene bien? —pregunta Claudia.

—Vale, a las doce está bien —asiento mientras me levanto de la silla para seguir a Saúl que espera en la puerta.

—¡Hasta mañana Laura! —se despiden ambas que siguen tomando una copa.

—¡Hasta mañana chicas! —Les lanzo un beso con la mano. Saúl también se despide de ellas alzando la mano desde la puerta.

Cuando salimos del restaurante es completamente de noche, la calle está desértica y ha refrescado un poco.

—Saúl gracias, lo he pasado muy bien —digo agarrada a su brazo mientras lo miro.

—No tienes que dármelas, fue idea de Claudia y Elena —dice introduciendo las manos en sus bolsillos mientras dirige la mirada al suelo, tímido.

—Bueno, no solo por esta noche. Me refería a estos días, que hayas venido desde tan lejos para darme ánimos, no sé, no lo haría cualquiera... —digo un poco nerviosa al ver que lo estoy incomodando.

—Anda Laura, cállate —dice sonriendo. Pone bruscamente uno de sus brazos sobre mi hombro consiguiendo desestabilizarme. Cuando me recompongo, continúo caminando con una sonrisa de satisfacción en mis labios.

Al llegar a la puerta de mi casa nos miramos sabiendo que no nos volveremos a ver hasta dentro de mucho tiempo, a los dos nos apena.

—¿Quieres entrar? —le pregunto mientras abro la puerta de la caravana que vuelve a chirriar.  

—Mejor no, mañana quiero levantarme temprano para poder despedirme de mi familia —explica.

—Vale. —Le doy un beso en la mejilla y me dispongo a bajarme, antes de que pueda hacerlo, Saúl me agarra de una de las piernas impidiéndolo.

—¿Estarás bien? —pregunta clavando sus pequeños ojos color miel en los míos.

—Sí, no te preocupes —digo. Me suelta la pierna y consigo bajarme.


Observo cómo se aleja mientras agito una de mis manos, despidiéndome. Me giro para encontrarme con mi casa, esta casa blanca de ventanas rojas que cada día se me venía más encima. Respiro hondo y subo los escalones de madera que elevan varios centímetros el porche delantero. Introduzco la llave en la cerradura y me quito los tacones. Cierro la puerta. Todo está en silencio, todo está oscuro, desde aquí no se escucha ni el mar, ni las gaviotas, desde aquí solo se escucha soledad. Soledad y tristeza... 

*

Quiero recordaros que el libro ya está disponible en amazon.es para las que no puedan esperar hasta el lunes para saber cómo continúa... 
Un besazo enorme! 

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