11.25.2015

Si no fueras tan TÚ...(3)

...Abro el armario y me visto con lo primero que veo, una camiseta roja de corte masculino y unos shorts azul marino. Recojo mi larga y espesa melena en una cola. Bajo a la cocina buscando algo para desayunar. Abro todos los armarios y cajones, también el frigorífico. Pienso que debería ir a la compra pero aún no estoy preparada para recibir todas las miradas de compasión de los vecinos del pueblo. Odio dar pena. En uno de los armarios encuentro una bolsa de croissants y cojo dos.

Salgo a la playa. Voy descalza, es la magia de este lugar, nunca se necesitan zapatos. La suave brisa acaricia mi rostro, hace una temperatura perfecta y huele a arena mojada. Respiro hondo y me acerco a la orilla.  Le lanzo un croissant a Saúl que para ágil con una de sus manos.

Ver la barca de nuevo, en la orilla, acerca a mi memoria numerosos recuerdos, solíamos salir a navegar y contábamos historias mientras mirábamos como las nubes cambiaban de forma. Durante estos once días he estado asomándome a la ventana con la esperanza de volver a verlo, flotando, con su barca en la inmensidad del mar, pero no, ya nunca lo volvería a ver. Suspiro y mordisqueo el croissant, Saúl se acerca a mí y agarra suavemente mi cara.

—Hoy vamos a despedirnos de tu padre como realmente se merece. Yo siempre he pensado que al morir, nos quedamos en el lugar que realmente amamos, él está anclado aquí, en este mar. —Saúl saca del interior de la barca papel, bolígrafo y una botella vacía—. Siempre que quieras contarle algo, podrás hacerlo. Él siempre estará aquí, esperando para saber de ti.

Lo miro dubitativa durante unos minutos, no creo que sea una buena idea, no sé qué decir. Mi padre siempre encontraba las palabras adecuadas para cada momento, era muy poético y es difícil competir con eso; sé que no estaré a la altura. Dudo un poco más hasta que finalmente decido hacerlo, para poder seguir, para poder despedirme. Uso la espalda de Saúl a modo de apoyo y comienzo a escribir...

<<Nunca había pensado como me sentiría tras tu marcha, lo cierto es que no sé cómo me siento, ni cómo debería sentirme. Tu marcha ha acabado con algunos de mis sentidos, me ha dejado muda, apenas puedo pronunciar tu nombre,  y ciega, no soy capaz de ver más allá de esa orilla en la que anclabas tu barca. Supongo que tú formabas parte de ellos. Comienzan a brotar rápidamente lágrimas de mis ojos. — Tu marcha duele durante el día, pero se mitiga en la noche, cuando  regresas de nuevo a mí. Sé que Dios te ha preparado algo grande ahí arriba y por eso tuviste que marcharte tan pronto, supongo que él te necesita más que yo.  PD: Te quiero>> —Seco mis lágrimas y pliego el papel para meterlo dentro de la botella. Saúl evita mirarme, sabe que no me gusta mostrarme vulnerable, que no me gusta que me vean mal.

Empuja la barca para meterla en el mar. Me sorprendo ante su iniciativa, sé que no tiene idea alguna de cómo hacerlo, de cómo montarse o navegar. Sus movimientos son muy torpes y me producen gracia. Es bonito que esté haciendo esto por mí.

—Saúl, se te ha olvidado la escalerilla para montarnos —bromeo y él se gira para mirarme desafiante.

—Anda, ven aquí a ayudarme. —El agua le llega por las rodillas y puedo notar su agobio.
Me acerco hacia él y le indico como subir, agarro la barca mientras tanto. Tras él, me monto ágilmente. Remamos, dejando atrás la orilla, acercándonos al horizonte donde el cielo y el mar se dan la mano. La barca danza suavemente al ritmo de las olas. Saúl me pasa la botella y tras besar el frío cristal la lanzo al mar.

Observo como la botella se hunde, la miro durante varios minutos, mantengo mi mirada fija ahí incluso cuando la botella ha desaparecido totalmente. Me reconforta ver como el mar se traga mi mensaje para hacérselo llegar.
Durante un segundo, noto en la cálida brisa los besos de mi padre, sí, estoy segura, él siempre estará aquí conmigo.

—Laura... yo... —Comienza Saúl. Sé que está incómodo porque se toca el pelo, siempre hace eso cuando está incómodo. Sentado ahí, en la inmensidad del mar, todo parece muy pequeño, menos mi tristeza que lo eclipsa todo.

—Estoy bien, de verdad, no tienes que decir nada con que estés aquí me basta. —No lo miro. Lo escucho suspirar aliviado desde el otro extremo de la barca.

Cuando llegamos a tierra firme la expresión en el redondo rostro de Saúl cambia completamente, ahora respira tranquilo. Se tira a la arena mientras yo termino de sacar la barca del agua.

—Pensaba que tampoco soportabas la arena —digo mientras me siento a su lado.

—Yo también lo pensaba. —Cierra sus ojos—. No soporto el vaivén de los barcos, me recuerda que estoy en manos de algo que no controlo, y en cualquier momento ¡PUM! Y mueres... —Se incorpora rápidamente, consiguiendo asustarme, y me coloca sobre su pecho. No puedo evitar reírme ante el miedo o respeto, como él prefería que lo llamase, que sentía Saúl hacia el mar.

—Estoy segura que morirás antes de alguna extraña enfermedad que te contagie alguno de tus pacientes que de que te trague el mar.

—Y tu morirás de hambre como sigas sin ir a la compra. ¿Te llevo? —Nos levantamos, lo miro con cara de cordero degollado, no me apetece nada ir y él lo sabe y por si no lo sabe yo se lo hago saber.

—No, no quiero ir. Por favor, no me obligues como siempre haces.

—¡Venga! —Saúl se levanta y agarra una de mis manos para comenzar a arrastrarme por la arena mientras pataleo y suplico piedad. Me arrastra hasta la puerta de la cocina—. Laura, ¡sé adulta! —me pide serio mientras me coge como si fuese un saco de patatas. Comienzo a patalear y gruño. Cruza la casa hasta volver a salir por la puerta principal donde coge unas chanclas para mí. Me mete dentro de su caravana.

—¿Cómo quieres que vaya al súper así? —me quejo mientras Saúl me pone bruscamente el cinturón. Saúl me mira torciendo su boca, pasa su mano por mi cabeza fingiendo peinarme.

—Mucho mejor así —dice satisfecho con su trabajo y cierra la puerta antes de que pueda volver a quejarme.

—Pero Saúl...—comienzo mientras veo como rodea la caravana levantando una de sus manos en señal de STOP.

Cuando se monta tiene esa cara de intentar estar serio para que yo no pueda decir nada. Lo único que puedo hacer es cruzar mis brazos mostrando desacuerdo. Sonríe satisfecho y arranca la caravana.

—Estás guapa —piropea con una seductora sonrisa en sus finos pero jugosos labios mientras aparta la vista de la carretera para mirarme de arriba abajo. No puedo evitar ruborizarme, sé que le encanta hacerme sentir así, es una mezcla entre avergonzada y tonta al mismo tiempo. Le propicio un golpe en el brazo sin apenas mirarlo y él vuelve a poner la vista en la carretera.

El pueblo está a varios minutos de la playa, el camino se hace más largo debido a la tortuosidad de la carretera. Es una carretera estrecha, de gravilla.

Saúl ha sido el que se ha encargado de hacer la compra, yo he estado esquivando a los vecinos del pueblo. No he tenido más remedio que escuchar el pésame de alguno que otro, y soportar la mueca de pena y esa palmadita en la espalda que me rompe el corazón de nuevo. Se me ha hecho eterno. Por suerte, ya estamos en la caja terminando de meter la compra en bolsas.

Cuando volvemos a casa voy directa a la ducha mientras dejo a Saúl colocándolo todo. Ya he superado la primera prueba: tener que enfrentarme a los vecinos. Aún quedan muchas y más complicadas.

No he ido a trabajar, mi jefa me ha dicho que puedo tomarme el tiempo que quiera; he estado diseñando zapatos para matar el tiempo, dibujar hace que me olvide de todo. Son dibujos que archivaré, como hago con todos, mi trabajo no consiste en el diseño, lo sé, pero me gusta soñar.

Al entrar en el baño me observo en el espejo y no me reconozco, no soy yo la persona que se refleja. Mis ojos verdes desprenden tristeza, el rubor que siempre visten mis mejillas no está y mi tez es completamente blanca. Mi pelo está totalmente descuidado, se ve largo pero no bonito. No me gusta verme así, siempre he sido muy presumida, jamás he salido de casa sin pintar, sin arreglarme... y verme de esta guisa me entristece aún más. Sé que he perdido varios kilos pero no me sienta mal. Me meto en la ducha y el agua comienza a salir. Sale caliente y calienta mi piel pero no llega a mi alma que aún sigue fría. Demasiados recuerdos, demasiado dolor... la ducha es el único lugar en el que mis lágrimas brotan con facilidad, se camuflan con el agua que me recorre y puedo ocultar mi dolor.

Yo era una persona muy independiente, la única persona de la que dependía se había ido y temía convertir a Saúl en mi pilar fundamental. No quería que él tuviese que cargar con todo ese peso, aunque sabía que había venido para hacerlo, que estaba dispuesto. Mi padre siempre había confiado en Saúl, siempre le pedía que me cuidase: cuando salíamos, cuando viajábamos,... Sé que Saúl se siente en deuda con él y ha venido para saldarla.

Cuando bajo a la cocina, Saúl ya no está. Hay una nota en la mesa que dice <<Come algo y descansa>> Había organizado toda la compra en el frigorífico y los muebles, era muy meticuloso, me sorprende que no lo haya colocado por colores.

Preparo pollo con verduras y me lo como tan rápido que no me da tiempo a saborearlo, pero no sabe a los precocinados de los que me había alimentado estos días.

Los días transcurrían mucho más rápido con la llegada de Saúl, me ha obligado a ordenar y limpiar la casa, no me he negado porque sé que tiene razón, mi casa se había convertido en una pocilga. Juntos hemos limpiado todo y casi la inundamos también, en una guerra con los grifos y el limpiasuelos. Tengo que decir que me lo he pasado genial, Saúl es una de esas personas que hace que se te olvide todo lo demás. Hemos pasado tiempo viendo películas y hablando, hemos hablado mucho. Él me cuenta anécdotas sobre Londres, en ese tono de chiste con el que me veo obligada a reírme.

Aquel día, Saúl estaba más callado que de costumbre, pensativo y apenas sonreía. Hemos sacado una mesa al porche trasero para comer mientras observamos la playa, el clima es perfecto.

—Dime que esto no es perfecto —digo echándome hacia atrás en la silla y observando todo lo que me rodea. Saúl me mira como si tuviese las palabras atragantadas y no le saliesen.


—Laura... —titubea mientras quita su mirada de mí—. Mañana vuelvo a Londres, un compañero me está cubriendo y no puedo quedarme más. —Tras escuchar sus palabras mi expresión se torna seria. No quiero que se vaya, ahora lo necesito aquí. Estos días a su lado se me han hecho fáciles, no quiero volver a la complejidad, no puedo...

5 comentarios:

  1. Ahora mismo voy a comprarme el libro!! Como me dejas asiiii que se vaya con él!!!!!

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    1. 😊😊😊 pues ya me contarás guapísima!
      Un besazo!

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    2. Avísame si tienes algún problema con la compra porque me pone que está en línea pero la versión previa, de todas formas si lo has comprado y ahora mismo no está disponible, cuando lo esté te llegara automáticamente.

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    3. No he tenido ningún problema ya estoy sumergida en la historia!! Como me está gustando!!

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  2. Nooo, que se va Saúl :(
    Me estoy muriendo de los nervios, yo también voy a terminar comprando el libro porque no me puedo quedar así!
    Besitos

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