11.24.2015

Si no fueras tan TÚ... (2)

...Saúl sale de casa para buscar algo en su caravana. Pongo una pizza en el horno. Tras varios minutos vuelve con una botella transparente llena de un líquido dorado. Está adornada con un lazo rosa—. Es del viñedo de un amigo.

—¡Guau! Muchas gracias.

Saúl me ayuda a sacar la pizza del horno y la colocamos en un plato, lo llevamos todo al salón donde un amplio sofá preside el centro de la estancia frente un televisor de plasma, hay una pequeña lamparita que da una luz cálida. Las paredes son de color melocotón y hay numerosos cuadros con motivos florales.

Nos acomodamos en el sofá y encendemos el televisor. Durante la cena, no paramos de bromear, ya no recordaba lo bien que me lo pasaba con él; compartimos el mismo humor y nuestros chistes fáciles nos sacan continuas carcajadas. También, tengo que decir que el vino está empezando a hacer su efecto.

Saúl se levanta del sofá y apaga la tele. Me mira con sus pequeños ojos y con una sonrisa pilla, enciende el equipo de música que hay justo al lado de la puerta. Elige uno entre todos los cedés y una suave melodía nos envuelve.

—Buena elección —digo cerrando los ojos y recostándome en el sofá de cuero.

Siempre habíamos discutido sobre qué canción de Alejandro Sanz era la mejor, y finalmente, habíamos llegado al consenso de que ésta lo era << Siempre es de noche>>

Cada vez que escuchaba esta canción me acordaba de Saúl, daba igual el tiempo que llevásemos sin vernos, lo lejos que estuviese, daba igual todo, era como si un hilo imaginario lo arrastrase hasta mi cabeza y por un instante, lo sentía cerca.

—Siempre que escuchaba esta canción me acordaba de ti. No cabe duda que elegimos bien —confiesa Saúl que vuelve a sentarse en el sofá.

—Tengo que confesar que he llegado a pensar que nunca más estaríamos así. Desde que conociste a María sentí como te alejabas de mí y no fui capaz de ser yo la que se acercase, estaba un poco celosa supongo. Simplemente acepté que ese día tenía que llegar y que me podría haber pasado a mí —me sincero, el vino se sincera.

—¿A ti? Imposible, nadie sería capaz de aguantarte —bromea Saúl rompiendo el momento. Odio cuando hace eso y él lo sabe, creo que por eso lo hace. Frunzo el ceño y le lanzo una patada.

Es cierto que mi trayectoria amorosa no era nada buena pero no era culpa mía, bueno, en realidad sí. No me gustaba comprometerme, no era capaz de comprometerme con nadie ni con nada. Soy un desastre en todos los sentidos. Había tenido dos novios, o intentos de ello, pero siempre me cansaba, sabía que tarde o temprano me cansaría y con esa mentalidad siempre acababa pasando.

Hacía tiempo que había descartado la idea de sentar cabeza con una pareja, sabía que ese no era mi estilo. Eso era lo que Saúl estaba reprochándome, ser un desastre.

—¡Eres idiota! —digo sosteniendo una sonrisa.

Saúl se levanta haciéndose el enfadado y comienza a hacerme cosquillas. Las risas y gritos retumban en todas las paredes de aquella preciosa casa que parecía haber recuperado la vitalidad que siempre solía acompañarla.

Agotados por los juegos y el vino nos quedamos durmiendo, uno a cada lado del sofá.
Dormía plácidamente, no escuché a Saúl despertarse para ir al baño, solo sé que estaba soñando con él, con mi padre, y cuando desperté me encontré sola, en aquel salón donde tantas noches habíamos estado juntos viendo la tele. Ya no estaba, jamás volvería. El mundo se me vino encima de nuevo y no puedo evitarlo. Comienzo a llorar sentada en el suelo, con mi cuerpo apoyado en el sofá. Saúl aparece rápido, al escuchar el estruendo de una copa romperse contra el suelo. Los cristales me rodean.

—¿Por qué Saúl? ¿Por qué se ha tenido que morir? Él era la persona más buena que yo conocía. ¡No es justo! —sollozo mientras las lágrimas brotan de mis ojos.

Saúl está completamente paralizado, nunca me había visto tan rota. Sé que escuchó como mi corazón se partía, sé que no sabía qué hacer por mucho que lo intentase. No dice nada, se acerca y me coge para llevarme a la habitación. Conoce la casa como si fuese la suya. Me sube por las escaleras mientras lloro en su pecho. Sigue sin decir nada. Entramos en mi cuarto y me echa en la cama. Se sienta a mi lado y besa mi frente.

—Cu.. cuando s..se murió, sa..salí del hospi..pital y vine a..aquí, es el único lu..lugar donde lo si..sigo sinti..endo... —Apenas puedo articular palabra. Miro a Saúl como si él tuviese la solución. Como si él pudiese traerlo de vuelta, pero no, no puede.

La relación entre mi padre y yo no era una relación normal entre un padre y una hija, para mí, mi padre era un Dios y él no paraba de recordarme que yo era su máximo representante en la tierra. Mi propósito cada día era parecerme más a él, aunque sabía que eso era imposible. Él bañaba de magia mi existencia y ahora sentía como esa magia, poco a poco, se desvanecía.

Había pasado diez días ahí, en aquella casa, sola, intentado convencerme de que todo era un mal sueño, hasta esa noche donde me di cuenta que todo había ocurrido de verdad.
Saúl se echa a mi lado y me abraza. No puedo parar de llorar.

—¿Recuerdas cuando estabas tan triste porque tu profesor de dibujo técnico no te puso la nota que necesitabas para conseguir aquella beca? —pregunta en un susurro.

—Sí, viniste por mí en la moto de tu padre porque no paraba de llorar tras el teléfono. —Consigo calmarme al recordar aquel momento.

—Y, ¿recuerdas como le llenamos el coche de barro? —Consigue hacerme sonreír.

—Sí, nos gritó desde el balcón: << os pillaré granujillas >> ¡Granujillas! —exclamo secándome las lágrimas entre sonrisas.

—Ese tío siempre estaba tan impasible. Granujilla. —Y toca mi nariz con su dedo mientras esboza una sonrisa al ver que ha conseguido que pare de llorar.

—Saúl, me duele porque no fui capaz de ir al entierro. Mi madre no me dejó traerlo aquí, a la playa, donde él quería estar y estaba furiosa. En el hospital, me decía que quería que todos estuviésemos contentos, que bebiésemos vino a su salud y todo fuera una fiesta, que fuésemos de blanco y cantásemos.

Mi madre se divorció de mi padre haría unos doce años. Aunque siendo sincera, para mí, llevaban separados desde que a mis cinco años, mi madre aceptó un puesto de trabajo y tuvo que marcharse.

Era una importante mujer de negocios, nunca supe exactamente a qué se dedicaba porque yo, apenas la conocía, mi relación con ella era muy fría. Ella, constantemente, estaba de viaje. Nos acostumbramos a aquella situación y ninguna hizo nada para remediarlo. Teníamos la misma sangre pero éramos completas desconocidas.

—Bueno, no vamos de blanco... pero hemos bebido vino y hemos cantado, creo que tu padre puede darse por satisfecho.

—Gracias por venir. —Sonrío y me coloco en su pecho, sintiendo cada uno de sus latidos que me recuerdan que no estoy sola, que él está aquí y que ha venido a ayudarme aunque sé que soy tan cabezota que no lo dejaré hacerlo. Saúl lo sabe y sabe que no va a ser tarea fácil pero él también es muy cabezota con lo que se propone.

Capítulo dos. Despedidas.


Los rayos de sol y el canto de las gaviotas me recuerdan que es de día, que es hora de despertar. El exceso de vino de anoche se transforma en un enorme dolor de cabeza del que solo puedo quejarme. Miro el reloj en la mesita de noche y de nuevo, como cada una de las mañanas de estos ya once días, tropiezo con la realidad, una foto de mi padre conmigo en la playa. Sin duda lo más duro era despertar de mis sueños en los que él aparecía acunándome y regalándome momentos mágicos.

La pérdida de mi padre fue sentida por todos los habitantes del pueblo, era un hombre muy querido y todos lo conocían. Dedicó su vida al mar, a la pesca.

Le encantaba este lugar, le encantaba lo que hacía. Era un enamorado de la vida y de las pequeñas cosas. Disfrutaba escuchando las olas desde su pequeña barca, con el olor a salitre y con el sonido de las gaviotas que lo despertaban cada mañana.

Su forma de vida no era compatible con la de mi madre que tras doce años de matrimonio en los que el mayor sostén fue el cariño, éste dejó de ser suficiente. No notamos mucho su marcha porque rara vez estábamos los tres juntos. Era algo que sabíamos que tarde o temprano pasaría.

Miro a mi lado en la cama y no está Saúl. Pienso que se iría temprano. Me levanto desperezándome y me acerco a la ventana para abrirla, para oler el mar y escuchar las olas. El cielo está totalmente despejado, el sol extiende sus rayos como si de brazos se tratasen para en un gran abrazo iluminar todo su alrededor.

—¡Buenos días Laurita! —saluda Saúl desde la arena, viste un bañador verde y una camiseta blanca de mangas cortas que deja ver sus brazos apenas trabajados en el gimnasio.  Empuja la barca de mi padre hacia la orilla.  

—¿Qué haces? —pregunto extrañada. A Saúl no le gusta el mar, siempre decía que no se podía esperar nada bueno de algo tan grande, del que tan solo conocíamos un pequeño porcentaje de las especies que lo habitaban.

—Se me ha ocurrido algo, ¡ven! —pide Saúl que se aleja...

3 comentarios:

  1. Ainss el bueno de Saúl nos conquistara?? Quiero masssss!! Un besazo

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  2. Me esta cayendo muy bien el Saúl ese, a ver a ver... :)
    Un besito

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