...Saúl
sale de casa para buscar algo en su caravana. Pongo una pizza en el horno. Tras
varios minutos vuelve con una botella transparente llena de un líquido dorado.
Está adornada con un lazo rosa—. Es del viñedo de un amigo.
—¡Guau!
Muchas gracias.
Saúl
me ayuda a sacar la pizza del horno y la colocamos en un plato, lo llevamos
todo al salón donde un amplio sofá preside el centro de la estancia frente un
televisor de plasma, hay una pequeña lamparita que da una luz cálida. Las
paredes son de color melocotón y hay numerosos cuadros con motivos florales.
Nos
acomodamos en el sofá y encendemos el televisor. Durante la cena, no paramos de
bromear, ya no recordaba lo bien que me lo pasaba con él; compartimos el mismo
humor y nuestros chistes fáciles nos sacan continuas carcajadas. También, tengo
que decir que el vino está empezando a hacer su efecto.
Saúl
se levanta del sofá y apaga la tele. Me mira con sus pequeños ojos y con una
sonrisa pilla, enciende el equipo de música que hay justo al lado de la puerta.
Elige uno entre todos los cedés y una suave melodía nos envuelve.
—Buena
elección —digo
cerrando los ojos y recostándome en el sofá de cuero.
Siempre
habíamos discutido sobre qué canción de Alejandro Sanz era la mejor, y
finalmente, habíamos llegado al consenso de que ésta lo era << Siempre es
de noche>>
Cada
vez que escuchaba esta canción me acordaba de Saúl, daba igual el tiempo que
llevásemos sin vernos, lo lejos que estuviese, daba igual todo, era como si un
hilo imaginario lo arrastrase hasta mi cabeza y por un instante, lo sentía
cerca.
—Siempre
que escuchaba esta canción me acordaba de ti. No cabe duda que elegimos bien —confiesa Saúl
que vuelve a sentarse en el sofá.
—Tengo
que confesar que he llegado a pensar que nunca más estaríamos así. Desde que
conociste a María sentí como te alejabas de mí y no fui capaz de ser yo la que
se acercase, estaba un poco celosa supongo. Simplemente acepté que ese día
tenía que llegar y que me podría haber pasado a mí —me sincero, el
vino se sincera.
—¿A
ti? Imposible, nadie sería capaz de aguantarte —bromea Saúl
rompiendo el momento. Odio cuando hace eso y él lo sabe, creo que por eso lo
hace. Frunzo el ceño y le lanzo una patada.
Es
cierto que mi trayectoria amorosa no era nada buena pero no era culpa mía,
bueno, en realidad sí. No me gustaba comprometerme, no era capaz de
comprometerme con nadie ni con nada. Soy un desastre en todos los sentidos.
Había tenido dos novios, o intentos de ello, pero siempre me cansaba, sabía que
tarde o temprano me cansaría y con esa mentalidad siempre acababa pasando.
Hacía
tiempo que había descartado la idea de sentar cabeza con una pareja, sabía que
ese no era mi estilo. Eso era lo que Saúl estaba reprochándome, ser un
desastre.
—¡Eres
idiota! —digo
sosteniendo una sonrisa.
Saúl
se levanta haciéndose el enfadado y comienza a hacerme cosquillas. Las risas y
gritos retumban en todas las paredes de aquella preciosa casa que parecía haber
recuperado la vitalidad que siempre solía acompañarla.
Agotados
por los juegos y el vino nos quedamos durmiendo, uno a cada lado del sofá.
Dormía
plácidamente, no escuché a Saúl despertarse para ir al baño, solo sé que estaba
soñando con él, con mi padre, y cuando desperté me encontré sola, en aquel
salón donde tantas noches habíamos estado juntos viendo la tele. Ya no estaba,
jamás volvería. El mundo se me vino encima de nuevo y no puedo evitarlo. Comienzo
a llorar sentada en el suelo, con mi cuerpo apoyado en el sofá. Saúl aparece
rápido, al escuchar el estruendo de una copa romperse contra el suelo. Los
cristales me rodean.
—¿Por
qué Saúl? ¿Por qué se ha tenido que morir? Él era la persona más buena que yo
conocía. ¡No es justo! —sollozo mientras las lágrimas brotan de mis ojos.
Saúl
está completamente paralizado, nunca me había visto tan rota. Sé que escuchó
como mi corazón se partía, sé que no sabía qué hacer por mucho que lo
intentase. No dice nada, se acerca y me coge para llevarme a la habitación.
Conoce la casa como si fuese la suya. Me sube por las escaleras mientras lloro
en su pecho. Sigue sin decir nada. Entramos en mi cuarto y me echa en la cama. Se
sienta a mi lado y besa mi frente.
—Cu..
cuando s..se murió, sa..salí del hospi..pital y vine a..aquí, es el único
lu..lugar donde lo si..sigo sinti..endo... —Apenas puedo
articular palabra. Miro a Saúl como si él tuviese la solución. Como si él
pudiese traerlo de vuelta, pero no, no puede.
La
relación entre mi padre y yo no era una relación normal entre un padre y una
hija, para mí, mi padre era un Dios y él no paraba de recordarme que yo era su
máximo representante en la tierra. Mi propósito cada día era parecerme más a
él, aunque sabía que eso era imposible. Él bañaba de magia mi existencia y
ahora sentía como esa magia, poco a poco, se desvanecía.
Había
pasado diez días ahí, en aquella casa, sola, intentado convencerme de que todo
era un mal sueño, hasta esa noche donde me di cuenta que todo había ocurrido de
verdad.
Saúl
se echa a mi lado y me abraza. No puedo parar de llorar.
—¿Recuerdas
cuando estabas tan triste porque tu profesor de dibujo técnico no te puso la
nota que necesitabas para conseguir aquella beca? —pregunta en un
susurro.
—Sí,
viniste por mí en la moto de tu padre porque no paraba de llorar tras el
teléfono. —Consigo
calmarme al recordar aquel momento.
—Y,
¿recuerdas como le llenamos el coche de barro? —Consigue
hacerme sonreír.
—Sí,
nos gritó desde el balcón: << os pillaré granujillas >>
¡Granujillas! —exclamo
secándome las lágrimas entre sonrisas.
—Ese
tío siempre estaba tan impasible. Granujilla. —Y toca mi
nariz con su dedo mientras esboza una sonrisa al ver que ha conseguido que pare
de llorar.
—Saúl,
me duele porque no fui capaz de ir al entierro. Mi madre no me dejó traerlo
aquí, a la playa, donde él quería estar y estaba furiosa. En el hospital, me
decía que quería que todos estuviésemos contentos, que bebiésemos vino a su
salud y todo fuera una fiesta, que fuésemos de blanco y cantásemos.
Mi
madre se divorció de mi padre haría unos doce años. Aunque siendo sincera, para
mí, llevaban separados desde que a mis cinco años, mi madre aceptó un puesto de
trabajo y tuvo que marcharse.
Era
una importante mujer de negocios, nunca supe exactamente a qué se dedicaba
porque yo, apenas la conocía, mi relación con ella era muy fría. Ella, constantemente,
estaba de viaje. Nos acostumbramos a aquella situación y ninguna hizo nada para
remediarlo. Teníamos la misma sangre pero éramos completas desconocidas.
—Bueno,
no vamos de blanco... pero hemos bebido vino y hemos cantado, creo que tu padre
puede darse por satisfecho.
—Gracias
por venir. —Sonrío
y me coloco en su pecho, sintiendo cada uno de sus latidos que me recuerdan que
no estoy sola, que él está aquí y que ha venido a ayudarme aunque sé que soy
tan cabezota que no lo dejaré hacerlo. Saúl lo sabe y sabe que no va a ser
tarea fácil pero él también es muy cabezota con lo que se propone.
Capítulo dos.
Despedidas.
Los rayos de sol y el canto de las gaviotas me recuerdan que es de
día, que es hora de despertar. El exceso de vino de anoche se transforma en un
enorme dolor de cabeza del que solo puedo quejarme. Miro el reloj en la mesita
de noche y de nuevo, como cada una de las mañanas de estos ya once días,
tropiezo con la realidad, una foto de mi padre conmigo en la playa. Sin duda lo
más duro era despertar de mis sueños en los que él aparecía acunándome y
regalándome momentos mágicos.
La pérdida de mi padre fue sentida por todos los habitantes del
pueblo, era un hombre muy querido y todos lo conocían. Dedicó su vida al mar, a
la pesca.
Le encantaba este lugar, le encantaba lo que hacía. Era un
enamorado de la vida y de las pequeñas cosas. Disfrutaba escuchando las olas
desde su pequeña barca, con el olor a salitre y con el sonido de las gaviotas
que lo despertaban cada mañana.
Su forma de vida no era compatible con la de mi madre que tras doce
años de matrimonio en los que el mayor sostén fue el cariño, éste dejó de ser
suficiente. No notamos mucho su marcha porque rara vez estábamos los tres
juntos. Era algo que sabíamos que tarde o temprano pasaría.
Miro a mi lado en la cama y no está Saúl. Pienso que se iría
temprano. Me levanto desperezándome y me acerco a la ventana para abrirla, para
oler el mar y escuchar las olas. El cielo está totalmente despejado, el sol
extiende sus rayos como si de brazos se tratasen para en un gran abrazo
iluminar todo su alrededor.
—¡Buenos días Laurita! —saluda Saúl desde la arena, viste un bañador verde y una camiseta
blanca de mangas cortas que deja ver sus brazos apenas trabajados en el
gimnasio. Empuja la barca de mi padre
hacia la orilla.
—¿Qué haces? —pregunto extrañada. A Saúl no le gusta el mar, siempre decía que
no se podía esperar nada bueno de algo tan grande, del que tan solo conocíamos
un pequeño porcentaje de las especies que lo habitaban.
—Se me ha ocurrido algo, ¡ven! —pide Saúl que
se aleja...
Ainss el bueno de Saúl nos conquistara?? Quiero masssss!! Un besazo
ResponderEliminara ver a ver... :P
EliminarUn besote!!
Me esta cayendo muy bien el Saúl ese, a ver a ver... :)
ResponderEliminarUn besito