...Terminaba de hacer la tarea para el
lunes, a mis padres no les gustaba que dejase los deberes para el último
momento pero con el buen tiempo es lo último que me apetecía en el fin de
semana; allí estaba, a última hora de un domingo terminando mis deberes de
biología.
Podría decirse que últimamente las
cosas no iban bien en casa, aunque todos hacíamos como si no pasase nada. Mamá
estaba saliendo de un cáncer de mama contra el que llevaba luchando casi un
año, estaba muy irascible; papá y yo evitábamos los encontronazos con ella
porque sabíamos que era la que peor lo estaba pasando, aunque a todos nos afectase
de algún modo.
Mi madre es una persona muy fuerte,
sobre todo de carácter. Había mutado a una persona solitaria y gritona, ya no
la recordaba sonriente y feliz, eso nos apenaba a mi padre y a mí aunque
evitásemos mostrarlo. Hacía tiempo que no dormía, se pasaba la noche mirando la
televisión, su mirada estaba fija en la pantalla pero sabía que no le prestaba
atención, buscaba el modo de encontrarse dentro de lo que se había convertido,
todos la buscábamos. Todos pensábamos demasiado en ella.
Mi padre había aprendido a cocinar y
planchar, yo lo ayudaba a limpiar la casa e íbamos juntos a la compra. La
verdad es que éramos un desastre, pero lo intentábamos. Mi madre siempre nos
gritaba cuando no hacíamos las cosas como ella quería, pero no se lo teníamos
en cuenta. Sabíamos que era muy duro.
Mi padre también había perdido la
sonrisa, hacía tiempo que no era el mismo. Ya no hacía bromas de lo cotidiano
ni íbamos al cine, parecía como si él también estuviese cansado de vivir.
Cuando no estaba trabajando, estaba con la mente puesta en otro lugar, divagaba
de un sitio a otro como si una idea estuviese naciendo en su mente. Cada vez
nos costaba más tratar bien a mi madre que descargaba sobre nosotros toda su
frustración. Cada vez éramos menos comprensivos.
Mi padre y yo nos apoyábamos porque estábamos
en la misma situación. No hablábamos todo lo que deberíamos pero a veces tan
solo con mirarnos sabíamos qué queríamos decirnos. Respira hondo. Aguanta. Era
un buen marido, y un buen padre. No es
que mi madre no lo fuese, solo que no había sabido enfocar la situación, pero
para eso están las familias.
Aquel domingo había puesto la música
alta para no escuchar los gritos de mi madre, el tratamiento la tenía muy
dolorida y no paraba de gritar. Vomitaba y mi padre iba de aquí para allá
limpiando e intentando calmarla. Aquellos momentos me ponían la piel de
gallina, mi padre lo sabía por eso me pedía que no saliese de la habitación.
Estaba segura de que el infierno era semejante a aquello.
De repente no se escuchaba nada. Pensé
que habría conseguido calmarla. Apagué la música. Escuchaba ruidos de armarios
y cajones, pero no los gritos de mi madre, eso me extrañó.
-
¡No puedo más! ¡Se acabó!. – La voz
ronca de mi padre retumbó entre las paredes de nuestra casa.
-
Eres un cobarde – Sollozó mi madre.
Salí de mi habitación y me dirigí
hacia la habitación que antes había sido de mis padres, ahora solo dormía él
mientras mi madre pasaba las horas en el salón. Cuando llegué al marco de la puerta
pude ver a mi madre de pie, estaba tan delgada... Un pañuelo adornaba su
desnuda cabeza y vestía un chándal viejo color oscuro. Estaba pálida y unas
ojeras adornaban sus tristes ojos grises. Apoyaba las dos manos sobre la cama
donde mi padre había colocado una maleta y metía ropa sin mirarla.
Mi padre también estaba muy delgado,
había dejado crecer su barba para que no viésemos que el cáncer también estaba
acabando con él, pero la tristeza que desprendían sus ojos color miel era
suficiente para saberlo. Me sorprendió ver a mi madre rota, llorando,
últimamente solo la veía enfadada. Los papeles se tornaron, mi padre ahora era
el enfadado. Le brillaban los ojos pero no le vi derramar ni una sola lágrima
aquel día.
-
Sólo has pensando en ti, lo has
terminado de romper. – Decía mi padre mientras seguía metiendo ropa dentro de
la maleta. Mi madre no respondía, supongo que estaba de acuerdo pero ¿Qué podía
hacer? No le quedaban fuerzas para hacerlo mejor. – No puedo Paula, no puedo.
Ya no eres, no somos.
-
No quiero que te quedes por pena, ¡lárgate
si es lo que quieres!. Si el cáncer no ha terminado conmigo no creas que tú lo
harás.
En aquel momento ambos se percataron
de que estaba delante de ellos. Me miraron. Mi mirada también era de tristeza;
no sabía que podíamos llegar a aquel punto pero la situación cada vez era más
insostenible y aunque a mis quince años aquello era difícil de entender sabía
que cuando echas demasiada agua en un vaso, rebosaba y aquel vaso llevaba mucho
tiempo rebosando.
-
¿Papá? – Fue lo único que pude
articular entre lágrimas. Mi padre paró para mirarme y se acercó a mí.
-
Cris, mi vida. – Me abrazó, no supe
que sería nuestro último abrazo. – Tienes que cuidar de mamá, ella te necesita.
-
¡No!, no cargues sobre ella esa
responsabilidad – Gritó mi madre desde la cama donde estaba sentada secándose
las lágrimas.
-
Sé que lo harás muy bien. Tú eres más
fuerte que yo. – En ese momento lo odié, pensé que era un cobarde. ¿Cómo podía
dejarme toda esa responsabilidad? Éramos una familia ¿no? ¿Por qué se iba?
-
¿Dónde vas? – Pregunté con un hilo de
voz.
-
Cariño eso no importa, sólo dime que
cuidarás de las dos. – Asentí con la cabeza, supongo que mi subconsciente
estaba deseando que aquel momento pasase, estaba en shock.
Vi como mi padre terminaba de recoger
sus cosas para marcharse por la puerta, después me quedé parada en la entrada
viendo como su coche se alejaba, me quedé ahí parada durante una hora. Tardé
una hora en reaccionar.
Cuando me di cuenta no quedaba un
solo ápice de nuestra familia. Solo sentí el eco de lo que una vez fuimos, una
familia feliz. Un eco que retumbaba día tras día y noche tras noche. Aquel día
crecí de repente. Nunca más supe nada de mi padre, algunas vecinas comentaban
que lo había visto en un pueblo vecino, o que se había ido al norte.
Habladurías. Yo estaba muy furiosa, cada día más. Me sentía abandonada ¿por qué
no me había llevado con él? ¿Por qué no se preocupaba por nosotras?. Demasiadas
preguntas en mi cabeza que jamás se responderían.
Mi madre cambió su humor a medida que
fueron pasando los meses. Ya no era tan estricta conmigo, yo intentaba apoyarla
en sus crisis y hacer que todo estuviese a su gusto. Jamás hablamos sobre mi
padre. Supongo que ella se sentía culpable por su marcha. Quizá si hubiese
llevado de otra forma la enfermedad, si no hubiese sido tan antipática...
El amor a veces no basta. O quizá no
hubo suficiente amor. Quizá tampoco me quiso a mí. Cada día las mismas dudas
revoloteaban mi cabeza.
Desde que mi padre se fue no fui la
misma. A medida que pasaban los años estaba más segura de ello. Pronto mi madre
se recuperó del todo pero tampoco consiguió ser la misma. Nunca volvimos a ser
las mismas. Se colgaba de cada hombre que le prestaba un poco de atención para después
abandonarla, pero ella no sufría porque no quiso a ninguno de esos hombres como
quería a mi padre. Simplemente no le gustaba estar sola.
Yo sentía un vacío que jamás supe
paliar. Por suerte no me desvié mucho del camino y comencé a estudiar en la
universidad. Siempre busqué el amor que me faltaba para estar completa, siempre
quise sentirme realmente querida pero quizá no era el amor de otros hombres lo
que necesitaba, quizá lo único que necesitaba era volver a ver a mi padre, una
explicación.
Me separo de
la ventana, aquellos recuerdos me aterran. Es un capítulo que he archivado,
algo en lo que no me gusta pensar. No sé si está superado, tampoco quiero
saberlo. Soy como soy por todo lo que he vivido, algunas veces cosas buenas
otras, no tanto. Nunca llegué a saber el verdadero motivo de la marcha de mi
padre y aunque lo conociese sé que no lo entendería, nadie abandona algo que
quiere por muy difícil que sea. Nadie destroza así a otra persona porque esté
exhausto. Es algo con lo que he aprendido a vivir.
Siempre me
ha asustado el abandono pero cuando lo sufres por parte de alguien tan
importante como lo era mi padre, cualquier otro abandono parece minúsculo. Te
vuelves inmune. Nadie podrá decepcionarme tanto nunca, es la ventaja con la que
cuento.
Me acomodo
en mi cama, aún tengo sábanas de invierno, tardo poco en sentirme calentita.
Antes de dormir siempre reviso mis redes sociales en busca de cotilleos y
novedades. Recuerdo el mensaje de Alex, lo releo y le respondo. Paso varios
segundos pensando qué palabras usar. ¿Por qué me tomo tantas molestias?.
“El método cerveza mañanera es infalible para
la resaca, seguro que ya lo conoces. Llegué viva, es lo importante.” ...
Esta parte debería ir acompañada de pañuelitos perfumados para secar las lágrimas 😭😭😭
ResponderEliminarjajaja la próxima vez los adjunto :P
EliminarOh Dios mío, ¡¡¡me has hecho llorar!!! :(
ResponderEliminarEsta parte ha sido muy triste, yo he pasado por algo parecido...joooo, ¡ahora amo más tu historia!
Se me ha hecho cortito, ahora esperar ^^
Un besito
joo lo sientooo, espero que cuando a Cris le pasen cosas buenas también te sientas identificada :)
EliminarHe leído tu blog, muchísimas gracias por lo que has puesto, me he emocionado al leerte! Yo te emociono a ti y tu ami jajaja
Un beso guapaa!
No pasa nada guapa ;) y si, yo creo que me sentiré identificada, estoy empatizando mucho con los personajes, sobretodo con Cris.
EliminarJajajaja me alegra que te haya emocionado mi post, eso significa que te ha encantado, y yo contentísima de recomendarte. Espero que tu historia llegue muy lejos! ^^
Un besito
Aquí sigo cumpliendo mi promesa con pañuelos en la mano!!!
ResponderEliminarjajaja es que las promesas que no se cumplen son las mejores :P
Eliminar